Alonso de Ercilla y Zúñiga , Poeta y soldado español
Nació el 7 de agosto de 1533 en el seno de una familia noble de Madrid. Sirvió en la corte como paje del entonces príncipe, Felipe II, con el que viajó a Flandes y a Inglaterra. En 1555 se embarcó rumbo al Perú con Jerónimo de Alderete, quien falleció en las cercanías de Panamá, y posteriormente llegó a Chile en 1557, formando parte de la expedición del nuevo gobernador García Hurtado de Mendoza. Cuando se nombró Gobernador de Chile al hijo del virrey, García Hurtado de Mendoza, le acompañó y participó en la expedición contra los araucanos, campaña que duró un año y medio y que le inspiró el poema épico La Araucana (la primera parte se publicó en 1569 y posteriormente, en 1578 y 1589, las dos partes restantes) gran obra épica de la literatura en que describe la conquista española de Chile. Además, en esta obra se habla de intrigas y disputas entre los españoles y que en una de ellas perdió el favor de Hurtado de Mendoza y tuvo que regresar a España en 1562. En 1564 fue nombrado duque de Lerma. Casado con María de Bazán y habiendo sido nombrado gentilhombre de la Corte y Caballero de la Orden de Santiago, don Alonso de Ercilla y Zúñiga, que desde 1580 ejerció como censor de libros por encargo del Consejo de Castilla, falleció en Madrid el 29 de noviembre de 1594.
Canto I de La Araucana:
No las damas, amor, no gentilezas de caballeros canto enamorados, ni las muestras, regalos y ternezas de amorosos efectos y cuidados; mas el valor, los hechos, las proezas de aquellos españoles esforzados, que a la cerviz de Arauco no domada pusieron duro yugo por la espada. Cosas diré también harto notables de gente que a ningún rey obedecen, temerarias empresas memorables que celebrarse con razón merecen, raras industrias, términos loables que más los españoles engrandecen pues no es el vencedor más estimado de aquello en que el vencido es reputado. Suplícoos, gran Felipe, que mirada esta labor, de vos sea recebida, que, de todo favor necesitada, queda con darse a vos favorecida. Es relación sin corromper sacada de la verdad, cortada a su medida; no despreciéis el don, aunque tan pobre, para que autoridad mi verso cobre. Quiero a señor tan alto dedicarlo, porque este atrevimiento lo sostenga, tomando esta manera de ilustrarlo, para que quien lo viere en más lo tenga; y si esto no bastare a no tacharlo, a lo menos confuso se detenga pensando que, pues va a Vos dirigido, que debe de llevar algo escondido. Y haberme en vuestra casa yo criado, que crédito me da por otra parte, hará mi torpe estilo delicado, y lo que va sin orden, lleno de arte; así, de tantas cosas animado, la pluma entregaré al furor de Marte: dad orejas, Señor, a lo que digo, que soy parte dello buen testigo. Chile, fértil provincia y señalada en la región antártica famosa, de remotas naciones respetada por fuerte, principal y poderosa; la gente que produce es tan granada, tan soberbia, gallarda y belicosa, que no ha sido por rey jamás regida ni a estranjero dominio sometida. Es Chile norte sur de gran longura, costa del nuevo mar, del Sur llamado, tendrá del leste a oeste de angostura cien millas, por lo más ancho tomado; bajo el polo Antártico en altura de veinte y siete grados, prolongado hasta do el mar Océano y chileno mezclan sus aguas por angosto seno. Y estos dos anchos mares, que pretenden, pasando de sus términos, juntarse, baten las rocas, y sus olas tienden, mas esles impedido el allegarse; por esta parte al fin tierra hienden y pueden por aquí comunicarse. Magallanes, Señor, fue el primer hombre que, abriendo este camino, le dio nombre. Por falta de pilotos, o encubierta causa, quizá importante y no sabida, esta secreta senda descubierta quedó para nosotros escondida; ora sea yerro de la altura cierta, ora que alguna isleta, removida del tempestuoso mar y viento airado encallando en la boca, la ha cerrado. Digo que norte sur corre la tierra, y báñala del oeste la marina; a la banda de leste va una sierra que el mismo rumbo a mil leguas camina; en medio es donde el punto de la guerra por uso y ejercicio más se afina. Venus y Amón aquí no alcanzan parte, sólo domina el iracundo Marte. Pues en este distrito demarcado, por donde su grandeza es manifiesta, está a treinta y seis grados el Estado que tanta sangre ajena y propia cuesta; éste es el fiero pueblo no domado que tuvo a Chile en tal estrecho puesta y aquel que por valor y pura guerra hace en torno temblar toda la tierra. Es Arauco, que basta, el cual sujeto lo más deste gran término tenía con tanta fama, crédito y conceto, que del un polo al otro se estendía, y puso al español en tal aprieto cual presto se verá en la carta mía; veinte leguas contienen sus mojones, poséenla diez y seis fuertes varones De diez y seis caciques y señores es el soberbio Estado poseído, en militar estudio los mejores que de bárbaras madres han nacido; reparo de su patria y defensores, ninguno en el gobierno preferido. Otros caciques hay, mas por valientes son éstos en mandar los preeminentes. Sólo al señor de imposición le viene servicio personal de sus vasallos, y en cualquiera ocasión cuando conviene puede por fuerza el débito apremiallos; pero así obligación el señor tiene en las cosas de guerra dotrinallos con tal uso, cuidado y diciplina, que son maestros después desta dotrina. En lo que usan los niños en teniendo habilidad y fuerza provechosa, es que un trecho seguido ha de ir corriendo por un áspera cuesta pedregosa y al puesto y fin del curso revolviendo, le dan al vencedor alguna cosa. Vienen a ser tan sueltos y alentados que alcanzan por aliento los venados. Y desde la niñez al ejercicio los apremian por fuerza y los incitan, y en el bélico estudio y duro oficio, entrando en más edad, los ejercitan. Si alguno de flaqueza da un indicio, del uso militar lo inhabilitan, y el que sale en las armas señalado conforme a su valor le dan el grado. Los cargos de la guerra y preminencia no son por flacos medios proveídos, ni van por calidad, ni por herencia, ni por hacienda y ser mejor nacidos; mas la virtud del brazo y la excelencia, ésta hace los hombres preferidos, ésta ilustra, habilita, perficiona y quilata el valor de la persona. Los que están a la guerra dedicados no son a otro servicio constreñidos, del trabajo y labranza reservados, y de la gente baja mantenidos; pero son por las leyes obligados destar a punto de armas proveídos, y a saber diestramente gobernallas en las lícitas guerras y batallas. Las armas dellos más ejercitadas son picas, alabardas y lanzones, con otras puntas largas enastadas de la fación y forma de punzones; hachas, martillo, mazas barreadas, dardos, sargentas, flechas y bejucos, tiros arrojadizos y trabucos. Algunas destas armas han tomado de los cristianos nuevamente agora, que el contino ejercicio y el cuidado enseña y aprovecha cada hora, y otras, según los tiempos, inventado; que es la necesidad grande inventora, y el trabajo solícito en las cosas, maestro de invenciones ingeniosas. Tienen fuertes y dobles coseletes, arma común a todos los soldados, y otros a la manera de sayetes, que son, aunque modernos, más usados; grebas, brazaletes, golas, capacetes de diversas hechuras encajados, hechos de piel curtida y duro cuero, que no basta a ofenderle el fino acero. Cada soldado una arma solamente ha de aprender, y en ella ejercitarse, y es aquella a que más naturalmente en la niñez mostrare aficionarse; desta sola procura diestramente saberse aprovechar, y no empacharse en jugar de la pica el que es flechero, ni de la maza y flechas el piquero. Hacen su campo, y muéstranse en formados escuadrones distintos muy enteros, cada hila de más de cien soldados; entre una pica y otra los flecheros que de lejos ofenden desmandados bajo la protección de los piqueros, que van hombro con hombro, como digo, hasta medir a pica al enemigo. Si el escuadrón primero que acomete por fuerza viene a ser desbaratado, tan presto a socorrerle otro se mete, que casi no da tiempo a ser notado. Si aquél se desbarata, otro arremete, y estando ya el primero reformado, moverse de su término no puede hasta ver lo que al otro le sucede. De pantanos procuran guarnecerse por el daño y temor de los caballos, donde suelen a veces acogerse si vienen a suceder desbaratallos; allí pueden seguros rehacerse ofenden sin que puedan enojallos, que el falso sitio y gran inconveniente impide la llegada a nuestra gente. Del escuadrón se van adelantando los bárbaros que son sobresalientes, soberbios cielo y tierra despreciando, ganosos de estremarse por valientes. Las picas por los cuentos arrastrando, poniéndose en posturas diferentes, diciendo: "Si hay valiente algún cristiano, salga luego adelante mano a mano". Hasta treinta o cuarenta en compañía, ambiciosos de crédito y loores, vienen con grande orgullo y bizarría al son de presurosos atambores; las armas matizadas a porfía con varias y finísimas colores, de poblados penachos adornados, saltando acá y allá por todos lados. Hacen fuerzas o fuertes cuando entienden ser el lugar y sitio en su provecho, si ocupar un término pretenden, por algún aprieto y grande estrecho; de do más a su salvo se defienden y salen de rebato a caso hecho, recogiéndose a tiempo al sitio fuerte, que su forma y hechura es desta suerte: señalado el lugar, hecha la traza, de poderosos árboles labrados cercan una cuadrada y ancha plaza en valientes estacas afirmados, que a los de fuera impide y embaraza la entrada y combatir, porque, guardados del muro los de dentro, fácilmente de mucha se defiende poca gente. Solían antiguamente de tablones hacer dentro del fuerte otro apartado, puestos de trecho a trecho unos troncones en los cuales el muro iba fijado con cuatro levantados torreones a caballero del primer cercado, de pequeñas troneras lleno el muro para jugar sin miedo y más seguro. En torno desta plaza poco trecho cercan de espesos hoyos por defuera: cuál es largo, cuál ancho, y cuál estrecho, y así van sin faltar desta manera, para el incauto mozo que de hecho apresura el caballo en la carrera tras el astuto bárbaro engañoso que le mete en el cerco peligroso. También suelen hacer hoyos mayores con estacas agudas en el suelo, cubiertos de carrizo; yerba y flores, porque puedan picar más sin recelo; allí los indiscretos corredores teniendo sólo por remedio el cielo, se sumen dentro, y quedan enterrados en las agudas puntas estacados. De consejo y acuerdo una manera tienen de tiempo antiguo acostumbrada, que es hacer un convite y borrachera cuando sucede cosa señalada; y así cualquier señor, que la primera nueva de tal suceso le es llegada, despacha con presteza embajadores a todos los caciques y señores. Haciéndoles saber como se ofrece necesidad y tiempo de juntarse, pues a todos les toca y pertenece, que es bien con brevedad comunicarse. Según el caso, así se lo encarece, y el daño que se sigue dilatarse, lo cual visto que a todos les conviene, ninguno venir puede que no viene. Juntos, pues, los caciques del senado, propóneles el caso nuevamente, el cual por ellos visto y ponderado, se trata del remedio conveniente; y resueltos en uno y decretado, si alguno de opinión es diferente, no puede en cuanto al débito eximirse, que allí la mayor voz ha de seguirse. Después que cosa en contra no se halla, se va el nuevo decreto declarando por la gente común y de canalla, que alguna novedad está aguardando. Si viene a averiguarse por batalla, con gran rumor lo van manifestando de trompas y atambores altamente, porque a noticia venga de la gente. Tienen un plazo puesto y señalado para se ver sobre ello y remirarse; tres días se han de haber ratificado en la difinición sin retratarse, y el franco y libre término pasado, es de ley imposible revocarse y así como a forzoso acaecimiento, se disponen al nuevo movimiento. Hácese este concilio en un gracioso asiento de mil florestas escogido, donde se muestra el campo más hermoso de infinidad de flores guarnecido; allí de un viento fresco y amoroso los árboles se mueven con ruido, cruzando muchas veces por el prado un claro arroyo limpio y sosegado, do una fresca y altísima alameda por orden y artificio tienen puesta en torno de la plaza y ancha rueda, capaz de cualquier junta y grande fiesta, que convida a descanso, y al sol veda la entrada y paso en la enojosa siesta; allí se oye la dulce melodía del canto de las aves y armonía. Gente es sin Dios ni ley, aunque respeta aquel que fue del cielo derribado, que como, a poderoso y gran profeta es siempre en sus cantares celebrado. Invocan su furor con falsa seta y a todos sus negocios es llamado, teniendo cuanto dice por seguro del próspero suceso o mal futuro. Y cuando quieren dar una batalla con él lo comunican en su rito; si no responde bien, dejan de dalla aunque más les insista el apetito. Caso grave y negocio no se halla do no sea convocado este maldito: llámanle Eponamón, y comúnmente dan este nombre a alguno si es valiente. Usan el falso oficio de hechiceros, ciencia a que naturalmente se inclinan, en señales mirando y en agüeros por las cuales sus cosas determinan; veneran a los necios agoreros que los casos futuros adivinan: el agüero acrecienta su osadía y les infunde miedo y cobardía. Algunos destos son predicadores tenidos en sagrada reverencia, que sólo se mantienen de loores, y guardan vida estrecha y abstinencia. Estos son los que ponen en errores al liviano común con su elocuencia, teniendo por tan cierta su locura, como nos la Evangélica Escritura. Y éstos que guardan orden algo estrecha no tienen ley ni Dios ni que hay pecados, mas sólo aquel vivir les aprovecha de ser por sabios hombres reputados; pero la espada, lanza, el arco y flecha tienen por mejor ciencia otros soldados, diciendo que el agüero alegre o triste en la fuerza y el ánimo consiste. En fin, el hado y clima desta tierra, si su estrella y pronósticos se miran, es contienda, furor, discordia, guerra y a solo esto los ánimos aspiran. Todo su bien y mal aquí se encierra, son hombres que de súbito se aíran, de condiciones feroces, impacientes, amigos de domar estrañas gentes. Son de gestos robustos, desbarbados, bien formados los cuerpos y crecidos, espaldas grandes, pechos levantados, recios miembros, de niervos bien fornidos; ágiles, desenvueltos, alentados, animosos, valientes, atrevidos, duros en el trabajo y sufridores de fríos mortales, hambres y calores. No ha habido rey jamás que sujetase esta soberbia gente libertada, ni estranjera nación que se jatase de haber dado en sus términos pisada, ni comarcana tierra que se osase mover en contra y levantar espada. Siempre fue esenta, indómita, temida, de leyes libre y de cerviz erguida. El potente rey Inga, aventajado en todas las antárticas regiones, fue un señor en estremo aficionado a ver y conquistar nuevas naciones, y por la gran noticia del Estado a Chile despachó sus orejones; mas la parlera fama desta gente la sangre les templó y ánimo ardiente. Pero los nobles Ingas valerosos los despoblados ásperos rompieron, y en Chile algunos pueblos belicosos por fuerza a servidumbre los trujeron, a do leyes y edictos trabajosos con dura mano armada introdujeron, haciéndolos con fueros disolutos pagar grandes subsidios y tributos. Dado asiento en la tierra y reformado el campo con ejército pujante, en demanda del reino deseado movieron sus escuadras adelante. No hubieron muchas millas caminado, cuando entendieron que era semejante el valor a la fama que alcanzada tenía el pueblo araucano por la espada. Los promaucaes de Maule, que supieron el vano intento de los Ingas vanos, al paso y duro encuentro les salieron, no menos en buen orden que lozanos; y las cosas de suerte sucedieron que llegando estas gentes a las manos, murieron infinitos orejones, perdiendo el campo y todos los pendones. Los indios promaucaes es una gente que está cien millas antes del Estado, brava, soberbia, próspera y valiente, que bien los españoles la han probado; pero con cuanto digo, es diferente de la fiera nación, que cotejado el valor de las armas y excelencia, es grande la ventaja y diferencia. Los Ingas, que la fuerza conocían que en la provincia indómita se encierra y cuán poco a los brazos ganarían llegada al cabo la empezada guerra, visto el errado intento que traían, desamparando la ganada tierra, volvieron a los pueblos que dejaron donde por algún tiempo reposaron. Pues don Diego de Almagro, Adelantado que en otras mil conquistas se había visto, por sabio en todas ellas reputado, animoso, valiente, franco y quisto, a Chile caminó determinado de estender y ensanchar la fe de Cristo. Pero llegando al fin deste camino, dar en breve la vuelta le convino. A sólo el de Valdivia esta vitoria con justa y gran razón le fue otorgada y es bien que se celebre su memoria, pues pudo adelantar tanto su espada. Èste alcanzó en Arauco aquella gloria que de nadie hasta allí fuera alcanzada; la altiva gente al grave yugo trujo y en opresión la libertad redujo. Con una espada y capa solamente, ayudado de industria que tenía, hizo con brevedad de buena gente una lucida y gruesa compañía, y con designio y ánimo valiente toma de Chile la derecha vía, resuelto en acabar desta salida la demanda difícil o la vida. Viose en el largo y áspero camino por hambre, sed y frío en gran estrecho; pero con la constancia que convino puso al trabajo el animoso pecho, y el diestro hado y próspero destino en Chile le metieron, a despecho de cuantos estorbarlo procuraron, que en su daño las armas levantaron. Tuvo a la entrada con aquellas gentes batallas y recuentros peligrosos en tiempos y lugares diferentes que estuvieron los fines bien dudosos; pero al cabo por fuerza los valientes españoles con brazos valerosos, siguiendo el hado y con rigor la guerra ocuparon gran parte de la tierra. No sin gran riesgo y pérdidas de vidas asediados seis años sostuvieron, y de incultas raíces desabridas los trabajados cuerpos mantuvieron, do a las bárbaras armas oprimidas a la española devoción trujeron por ánimo constante y raras pruebas, criando en los trabajos fuerzas nuevas. Después entró Valdivia conquistando con esfuerzo y espada rigurosa los promaucaes, por fuerza sujetando curios, cauquenes, gente belicosa; y el Maule y raudo Itata atravesando, llegó al Andalién, do la famosa ciudad fundó de muros levantada, felice en poco tiempo y desdichada. Una batalla tuvo aquí sangrienta, donde a punto llegó de ser perdido pero Dios le acorrió en aquella afrenta, que en todas las demás le había acorrido. Otros dello darán más larga cuenta, que les está cargo cometido; allí fue preso el bárbaro Ainauillo; honor de los pencones y caudillo. De allí llegó el famoso Biobío el cual divide a Penco del Estado, que del Nibequetén, copioso río, y de otros viene al mar acompañado. De donde con presteza y nuevo brío, en orden buena y escuadrón formado pasó de Andalicán la áspera sierra pisando la araucana y fértil tierra. No quiero detenerme más en esto pues que no es mi intención dar pesadumbre, y así pienso pasar por todo presto, huyendo de importunos la costumbre; digo con tal intento y presupuesto, que antes que los de Arauco a servidumbre viniesen, fueron tantas las batallas, que dejo de prolijas de contallas. Ayudó mucho el inorante engaño de ver en animales corregidos hombres que por milagro y caso estraño de la región celeste eran venidos; y del súbito estruendo y grave daño de los tiros de pólvora sentidos, como a inmortales dioses los temían que con ardientes rayos combatían. Los españoles hechos hazañosos el error confirmaban de inmortales, afirmando los más supersticiosos por los presentes los futuros males; y así tibios, suspensos y dudosos, viendo de su opresión claras señales, debajo de hermandad y fe jurada dio Arauco la obediencia jamás dada. Dejando allí el seguro suficiente adelante los nuestros caminaron; pero todas las tierras llanamente, viendo Arauco sujeta se entregaron, y reduciendo a su opinión gran gente, siete ciudades prósperas fundaron: Coquimbo, Penco, Angol y Santiago, la Imperial, Villarrica, y la del Lago. El felice suceso, la vitoria, la fama y posiciones que adquirían los trujo a tal soberbia y vanagloria, que en mil leguas diez hombres no cabían, sin pasarles jamás por la memoria que en siete pies de tierra al fin habían de venir a caber sus hinchazones, su gloria vana y vanas pretensiones. Crecían los intereses y malicia a costa del sudor y daño ajeno, y la hambrienta y mísera codicia, con libertad paciendo, iba sin freno. La ley, derecho, el fuero y la justicia era lo que Valdivia había por bueno: remiso en graves culpas y piadoso, y en los casos livianos riguroso. Así el ingrato pueblo castellano en mal y estimación iba creciendo, y siguiendo el soberbio intento vano, tras su fortuna próspera corriendo; pero el Padre del cielo soberano atajó este camino, permitiendo que aquel a quien él mismo puso el yugo, fuese el cuchillo y áspero verdugo. El Estado araucano, acostumbrado, a dar leyes, mandar o ser temido, viéndose de su trono derribado y de mortales hombres oprimido, de adquirir libertad determinado, reprobando el subsidio padecido, acude al ejercicio de la espada, ya por la paz ociosa desusada. Dieron señal primero y nuevo tiento (por ver con qué rigor se tomaría), en dos soldados nuestros, que a tormento mataron sin razón y causa un día. Disimulóse aquel atrevimiento, y con esto crecióles la osadía; no aguardando a más tiempo abiertamente comienzan a llamar y juntar gente. Principio fue del daño no pensado el no tomar Valdivia presta emienda con ejemplar castigo del Estado, pero nadie castiga en su hacienda. El pueblo sin temor desvergonzado con nueva libertad rompe la rienda del homenaje hecho y la promesa, como el segundo canto aquí lo expresa.